El Dios de la Fraternidad
Desde la cabecera del sistema del que somos tributarios se nos educó para las emociones del agonismo, de la confrontación , de la emulación y de la preponderancia: otros tantos mitos que gobiernan la mentalidad actual y debilitan profundamente la experiencia de fraternidad. La ofensiva neoconservadora pretende que nos olvidemos del futuro,, porque el neoconservadurismo es incapaz de pensarlo y de quererlo como un futuro para todos y no quiere asumir ningún compromiso para intentar que lo sea. Son ídolos, pues, a los que hay que dar muerte. A la luz de Jesús, su Iglesia habrá de ser un pueblo de conjurados para la fraternidad, con los pobres y al servicio de los pobres, fiel al mundo presente y al que ha de venir. Así mostrará que conoce y vive al Dios verdadero, garante de la vida de los débiles. El acceso al Dios mayor y trascendente se produce al contacto con el Dios menor escondido en los pequeños y empobrecidos de cualquier tipo. Sin gracia y sin el Espíritu de amor no es posible la fraternidad. Los cristianos hemos de recuperar tras experiencias que deberían definir nuestras tareas: hacer de nuestra Iglesia un universo moral de acompañamiento, un territorio de los «últimos» ( en el que se pone coto y curación a sus procesos de empobrecimiento) y un universo simbólico de felicidad (en el que se muestre la autenticidad humana, se reciban ánimos y se sienta la seducción por un mundo nuevo). Diversos modos de actuación son posibles: el estructural, el samaritano-paliativo y el automarginativo, para identificarse y acompañar desde dentro a los hundidos. A partir de ellos se inicia y se lleva adelante otra historia, otra prática y otro discurso. Cada persona y cada grupo discernirá su propio modo. Los tres se complementan, y el desafío actual consiste en articularlos en un proyecto común en el que la causa de los pobres sea la causa de todos.
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