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Francisco Javier, un testigo fascinante

Feb 21, 2025

Hay personajes de los que creemos saberlo todo hasta que alguien se toma la molestia de mirar más allá de la versión oficial. San Francisco Javier es uno de ellos. Nombre conocido, historia a grandes rasgos familiar, pero ¿realmente sabemos quién era? ¿Por qué sigue siendo un referente para tantos, siglos después?

Lo fácil sería despacharlo con la etiqueta de “misionero incansable” y seguir adelante. Pero el libro “Envíame, Señor” no se lanza a lo fácil. Su autor, José María Guibert, jesuita y pensador, se ha metido de lleno en la vida y el legado de Javier para sacar de ahí algo más que una biografía: una propuesta para el presente. Porque, este hombre del siglo XVI tiene todavía mucho que decir sobre el sentido de la vida, la fe y la forma en que nos relacionamos con los demás.

Soy jesuita, nacido en Azpeitia, Gipuzkoa. He vivido en Bilbao y San Sebastián, he pasado años de formación en el extranjero y ahora estoy en Madrid, en la Universidad Pontificia Comillas. Mi vida gira en torno a la lectura, la reflexión y el intercambio de ideas y experiencias con otros.

La espiritualidad ignaciana es una fuente inagotable de energía para mí. No la veo como un refugio, sino como una manera de vivir con más intensidad y sentido. También creo que la fe católica necesita actualizarse. No porque haya perdido valor, sino porque muchas de sus respuestas nacieron en un contexto que ya no es el nuestro. Al final, lo que realmente convence no es la teoría, sino una vida vivida con autenticidad y alegría.

Sí, este libro tiene su origen en aquellas meditaciones de marzo de 2024. Y aunque es el cuarto que escribo sobre Francisco Javier, la mirada es distinta.

Hasta ahora, me había centrado en contar su historia y en desgranar sus cartas, porque su vida es de esas que merece ser contada. Pero esta vez he querido dar un paso más: no solo estudiar lo que hizo y pensó, sino preguntarme qué tiene que ver con nosotros hoy. Javier no es solo un personaje del siglo XVI con una biografía fascinante. Su manera de vivir la fe sigue teniendo mucho que decir. Al menos, a mí me lo dice. Por eso lo comparto.

A quienes buscan algo más. A quienes quieren entender su vida con mayor profundidad y creen que las historias reales, bien contadas, pueden transformar. Nos atraen los testimonios porque nos muestran que otro modo de vivir es posible. Y creo que Javier encarna esa idea.

También a quienes han oído hablar de él sin saber demasiado. Yo mismo, hace cinco años, pensaba que tenía una idea clara de quién era. Hasta que me di cuenta de que no sabía casi nada. Su historia es un filón que merece ser explorado. Nos sabemos la vida de san Ignacio casi de memoria, pero a Javier lo tenemos en un segundo plano. Y es perder una mirada esencial para la Compañía y para la misma Iglesia.

Su manera de conectar con la gente. No convencía desde la autoridad ni desde el discurso brillante. Lo hacía a través de la amistad. Para él, el cariño y el compromiso pesaban más que cualquier argumento.
Su búsqueda de lo esencial. No se quedaba en la superficie. Rezaba en la madrugada, reflexionaba a fondo y ayudaba a otros a hacer lo mismo. No porque fuera un iluminado, sino porque tenía claro que la vida, o se vive con sentido, o se pasa sin más.
Su capacidad para romper barreras. No distinguía entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres, entre creyentes y no creyentes. Estaba con todos y eso le daba una autoridad diferente, la que se gana con la coherencia.
Su llamada a una espiritualidad profunda. En un momento en el que muchos dan la fe por liquidada, Javier propone algo distinto: encontrar a Dios en el presente, en la vida real, sin esperar a que el tiempo lo diluya todo.

Porque los referentes de verdad no caducan.

Para los cristianos, es un ejemplo de lo que significa vivir la fe sin medias tintas. Lo que sentía en la oración, lo convertía en acción, aunque eso le costara la vida. Eso es algo que sigue impactando.

Para los no creyentes, es un personaje que vivió con pasión, con una libertad absoluta, sin dejarse frenar por la comodidad o el miedo. No era un héroe perfecto, sino alguien que se jugaba la piel por lo que creía. Tenía autoridad, sí, pero sin prepotencia. Un personaje con muchas aristas, pero con una fuerza que sigue impresionando.

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Envíame, Señor

José María Guibert SJ

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