San Francisco Javier entendió la fe como algo que se construye en la cercanía, en el trato directo con las personas. Poco a poco, en su misión, aprendió a encarnarla en cada encuentro, en cada palabra y en cada gesto.
Su relación con Dios se entrelazaba con las amistades que forjaba, con la complicidad que tejía con quienes compartían su camino, dentro y fuera de la Compañía. Sus cartas nos cuentan esa certeza: el amor no es una palabra distante, sino una forma concreta de habitar el mundo. Para él, la fe se levantaba en la confianza que nace de ese amor, en los vínculos sólidos que crea y en el respeto que nutre cualquier relación genuina. Quizá por eso, la pregunta que rodeaba a Javier sigue siendo tan vigente: ¿cómo nos relacionamos con quienes nos rodean desde nuestra fe?
En su libro “Envíame, Señor”, José María Guibert, SJ nos acerca a esa pedagogía de la amistad que definió la misión de Javier y que se puede proyectar perfectamente hacia hoy. Nos empuja a salir de la rutina, a observar con atención a quienes están en nuestro camino y a entender la amistad como un espacio donde la fe se hace tangible.