Las encíclicas son, esencialmente, cartas papales que viajan mucho más allá de los límites del Vaticano. Son mensajes que, con el tiempo, han ido ganando fuerza, una fuerza que en sus primeros días tal vez nadie se hubiera imaginado. Pero para entenderlas de verdad, hay que mirar atrás, hasta los días en que estas cartas nacieron, hasta su nombre, y lo que buscan ser hoy.
De lo circular a lo universal
La palabra «encíclica» viene de un término griego, enkýklios, que significa “circular”, “que da vueltas”. Desde sus orígenes, suena a algo que no se queda en un lugar fijo, que se mueve, que viaja. Y, de hecho, eso hacían estos mensajes: recorrían comunidades cristianas, llevando noticias y reflexiones de los líderes religiosos. Eran tiempos en que no existían los medios rápidos, así que estas cartas iban de mano en mano, cruzaban caminos polvorientos y llegaban a las primeras comunidades dispersas, que esperaban con ansias noticias desde Roma. Eran una forma de mantener viva la conversación, de asegurarse de que, aunque cada comunidad viviera en su rincón del mundo, todas compartieran la misma voz.
En enkýklios ya se encuentra esa idea de movimiento, de mensaje que recorre, que conecta. Al principio, estaba más ligado a la enseñanza y la educación, pero con el tiempo, la Iglesia lo hizo suyo para referirse a estos documentos que buscaban llegar a todos los rincones. Las epistulae encyclicae, como se decía en latín, eran cartas para instruir, para acompañar a los fieles en su día a día. Y en ese gesto de extender un mensaje, de llevarlo lejos, se encuentra el corazón de lo que hoy entendemos como encíclica.
Más que cartas
Por eso no son textos cualquiera. Tienen un enfoque pastoral, porque buscan acompañar y orientar a quienes los leen, pero también son doctrinales, ya que ofrecen la visión de la Iglesia sobre temas de fe y moral, y a veces también sobre problemas que afectan a la sociedad. Son escritos que el papa dirige no solo a los obispos o a los fieles católicos, sino que, en ocasiones, se dirigen a cualquiera que esté dispuesto a escuchar, sin importar sus creencias. Cada uno de estos textos intenta conectar la enseñanza de la Iglesia con los problemas cotidianos, esos que viven las personas en su día a día, en su familia, en su trabajo, en las calles.
El nombre de cada carta sigue una tradición curiosa. No se titulan con una frase ingeniosa ni un resumen de lo que tratan, sino que toman sus primeras palabras, casi como si quisieran que el lector empezara a leer desde el mismo momento en que pronuncia su título. Así, Rerum Novarum empieza diciendo “las cosas nuevas”, y ya desde ahí nos invita a mirar los cambios que trae la modernidad. Laudato Si’ de Francisco, escrita con un tono cercano, empieza con un verso de san Francisco de Asís: “Alabado seas”. Y de alguna manera, al nombrarlas así, se les da un toque de solemnidad, como si esas primeras palabras ya fueran el sello del mensaje que traen.
Cada una de estas reflexiones está escrita con el cuidado de quien sabe que sus palabras pueden tener consecuencias importantes. Están llenas de citas bíblicas, referencias a los primeros pensadores de la Iglesia y a otros textos de papas anteriores. Primero, el papa cuenta por qué escribe, qué le preocupa. La estructura típica incluye una introducción, donde el papa presenta el contexto y motivo de la carta; un desarrollo central, en el que analiza y argumenta los temas principales; y una conclusión, donde se ofrecen sugerencias pastorales y se reafirma la invitación a reflexionar y actuar desde la fe. Este estilo ordenado facilita su uso como texto de referencia tanto para estudiosos de la teología como para los fieles que buscan orientación.
De dentro a afuera
Durante siglos, estos escritos mantuvieron este carácter de cartas pastorales, destinadas a comunidades específicas, a menudo abordando cuestiones internas de la Iglesia. Pero fue en el siglo XVIII cuando empezaron a adquirir el perfil que conocemos hoy. Benedicto XIV utilizó este tipo de documentos para tocar asuntos que consideraba de interés más amplio, aunque aún dentro de los límites de la Iglesia. Pero ya se podía ver un cambio: lo que antes era un mensaje para un pequeño grupo comenzaba a transformarse en una voz que se proyectaba hacia más allá. La primera carta considerada oficialmente como tal fue Ubi Primum, firmada el 3 de diciembre de 1740. Se trataba de una carta pastoral dirigida a los obispos de la Iglesia católica en la que se abordaban cuestiones sobre el rol de los obispos, la importancia de la disciplina eclesiástica y la necesidad de un cuidado pastoral adecuado para los fieles. Ubi Primum refleja el espíritu de aquellas cartas: mensajes orientados principalmente hacia los líderes de la Iglesia, centrados en temas internos, sin la intención de tratar cuestiones sociales o políticas de alcance más amplio.
Sin embargo, fue en el siglo XIX, con León XIII, que estas cartas se convirtieron en una herramienta poderosa para hablar del mundo moderno. En 1891, publicó Rerum Novarum, un texto que miró de frente la realidad de los trabajadores, la explotación, y el papel de la Iglesia ante los cambios provocados por la Revolución Industrial. Ya no se trataba solo de discutir sobre cuestiones internas de la fe; ahora, la voz de la Iglesia se extendía sobre las fábricas, los barrios obreros, las calles llenas de quienes buscaban un futuro mejor. La carta se había convertido en algo más: una reflexión sobre el presente y un intento de intervenir en los grandes debates de la sociedad.
En diálogo con cada pontífice
Desde Rerum Novarum, estos documentos han seguido cambiando, reflejando los problemas de cada época y la manera en que la Iglesia trata de enfrentarlos. Con cada papa, la voz de la Iglesia adopta un nuevo tono, un enfoque distinto. Así, a lo largo del siglo XX y XXI, los temas han abarcado desde la paz y la guerra, la ecología, la economía, los derechos humanos, hasta la fraternidad y el diálogo interreligioso.
Juan XXIII, en medio de la Guerra Fría, escribió Pacem in Terris en 1963, un mensaje de paz mundial que no se dirigía solo a los fieles, sino a «todos los hombres de buena voluntad». Era una propuesta para un mundo al borde del abismo nuclear, que buscaba tender puentes cuando muchos pensaban en levantar muros. Pablo VI, en un contexto social de transformaciones rápidas, publicó Humanae Vitae en 1968, reafirmando la postura de la Iglesia sobre la regulación de la natalidad, justo cuando las ideas sobre la sexualidad y la familia se estaban transformando de forma acelerada.
Estos textos muestran cómo los papas han intentado dialogar con el mundo desde la perspectiva de la fe, pero sin ignorar lo que sucede fuera de las iglesias. Cada uno es un intento de entender el presente y de conectar con las preocupaciones de la sociedad. A veces, chocan con el espíritu de la época, como le ocurrió a Humanae Vitae, que generó gran controversia en medio de la revolución sexual. Otras veces, logran despertar nuevas conversaciones, como Laudato Si’ de Francisco, que ha sido aplaudida incluso fuera del ámbito religioso por su enfoque en la crisis ambiental.
Aunque estos mensajes vienen de la mano del papa, no son dogmas. No son declaraciones absolutas ni infalibles, como lo sería una proclamación «ex cathedra». Forman parte del magisterio ordinario de la Iglesia, que es la enseñanza regular del papa sobre fe y moral. Pero en su estilo y en su intención, no buscan imponer, sino invitar a pensar, a reflexionar, a mirar el mundo con otros ojos.
Esto no quiere decir que carezcan de peso o que puedan ser ignoradas por los fieles. Al contrario, tienen una autoridad importante y los católicos estamos llamados a tomarlas en serio. Pero también dejan un margen para que cada persona las interprete y las aplique a su propia realidad. Esto ha permitido que se adapten a diferentes contextos culturales, que sean discutidas y debatidas, y que a veces incluso sean un punto de partida para nuevas ideas y movimientos dentro de la Iglesia.
Más allá del tiempo y las fronteras
Por eso decimos que estos textos no son neutrales, y es ahí donde reside parte de su fuerza. Al tocar temas de actualidad, al proponer ideas que afectan la vida cotidiana, suelen ser objeto de debate y de análisis, dentro y fuera de la Iglesia. Hay quienes los celebran como una voz valiente que se atreve a decir lo que otros callan, y quienes los critican por ser demasiado conservadores o, por el contrario, por proponer cambios que chocan con ciertas tradiciones.
Esto les da una vida particular. Porque, más allá de las reacciones que provocan, lo cierto es que buscan abrir una conversación. Y es precisamente en ese diálogo, en la respuesta que generan, donde su valor se hace evidente. No son textos para que todos acepten sin cuestionar; son una invitación a pensar juntos, a revisar nuestras prioridades, a mirar con otros ojos los problemas que nos rodean.
Estas cartas, como lo que son, llevan la firma de cada papa que las escribe. Algunas son más poéticas, como Laudato Si’, que nos hace imaginar un mundo más verde, más justo. Otras son más directas, como Deus Caritas Est de Benedicto XVI, que reflexiona sobre el amor, ese que los cristianos están llamados a vivir más allá de las palabras. Cada papa pone su sello, su tono, su manera de ver las cosas. Y en esa diversidad, se refleja que la Iglesia no es un monolito, sino una comunidad que intenta responder a los desafíos de cada momento.
El lenguaje de estas reflexiones también ha ido cambiando, volviéndose más accesible con el tiempo. Aunque siguen siendo documentos muy completos y de una gran profundidad, los papas modernos han hecho un esfuerzo por hablar de manera más cercana. Esto responde al deseo de que sus palabras lleguen a todos, incluso a aquellos que no se consideran parte de la Iglesia. Así, la voz del papa busca hacerse escuchar en una sociedad que muchas veces ya no presta atención a las instituciones religiosas.
Palabras que viajan
En cada encíclica, hay un intento de tocar el corazón de quienes viven las alegrías y los dolores de su tiempo. Porque más allá de los conceptos y de las doctrinas, estas cartas hablan a lo que nos hace profundamente humanos: nuestras preguntas, nuestras búsquedas, nuestras ganas de encontrar sentido.
Y eso es lo que explica este mensaje que sabe adaptarse sin perder su esencia, que sigue siendo, en el fondo, una conversación que busca acompañar y guiar a quienes, en cualquier rincón del mundo, decidan detenerse a escuchar.