Hay libros que, como ciertos personajes literarios, no se conforman con una única aparición: vuelven cuando menos lo esperamos. Satán y los evangelistas, de José Luis Sicre, es uno de ellos. Ya segunda edición, este libro regresa con la frescura intacta y la misma astucia con la que su protagonista -Satán en persona o en espíritu caído- sienta en el banquillo de los acusados a los tres evangelistas sinópticos: Mateo, Marcos, Lucas… ¿Y Juan? No, a Juan no, porque el va por otro camino…
Y es que, si alguien sabe reinventarse, ese es Satán. Ha sido ángel caído, príncipe de las tinieblas, tentador en el desierto y tertuliano en los conciliábulos y conspiraciones… Y ahora fiscal literario, dispuesto a someter los Evangelios a un interrogatorio incisivo pero no exento de humor. No lo mueve solo el ansia de demolición de la Palabra -que también-, sino también su devoción por la palabra bien dicha.
Este juicio imaginario no transcurre en un infierno de azufre y condenas eternas, sino en el cielo, junto al trono del Padre. asistimos a un debate chispeante donde el Diablo despliega su erudición con la picardía de quien conoce las Escrituras al dedillo. No en vano, en el Evangelio según Mateo, es él quien se atreve a recitar los Salmos en la cara de Jesús.
Con esa misma astucia, Sicre le hace preguntar: ¿No es sospechoso que Mateo y Lucas cuenten genealogías de Jesús con más saltos que un pergamino mal copiado? ¿Cómo es que Marcos parece no recordar la infancia del Nazareno? ¿No suena todo esto a versiones enmendadas con la prisa del cierre editorial? El Diablo, con su ironía de buen lector, desmenuza contradicciones y agujeros narrativos, pero no para ridiculizar, sino para convertirnos en lectores más atentos y conocedores de las Escrituras. Su objetivo no es desmentir, sino iluminar con la duda.
Mientras tanto, los evangelistas responden con la paciencia de quienes han visto demasiados debates teológicos como para inmutarse. Marcos, lacónico, parece decir “lee y saca tus conclusiones”. Mateo insiste en que la clave está en la tradición. Lucas, siempre más literario, nos hace un gesto como quien nos lleva de la mano por un relato lleno de gestos y miradas. Y Juan, el más místico, consigue escapar del inquisidor dejando caer frases con la seguridad de quien sabe que las palabras, como el agua, pueden ser claras y profundas al mismo tiempo.
El humor que destila todo este libro es el de la inteligencia que juega con los textos, revelando su riqueza sin solemnidades innecesarias. La risa aquí no es una burla, sino el eco de la lectura lúcida, la misma que permite a un creyente sonreír ante los enredos genealógicos o a un ateo maravillarse con la belleza de un versículo bien construido. Todo nos lleva a la importancia de estudiar y analizar los textos sagrados con profundidad, reconociendo la diversidad de interpretaciones y la complejidad del mensaje de Jesús.
Si algo nos recuerda Satán y los evangelistas, es que los grandes textos se renuevan con cada lectura. Como en los viejos debates en los juicios, lo que importa no es el veredicto, sino la riqueza de la discusión. Y en este juicio literario, una cosa queda clara: el Diablo es un lector sagaz, pero los evangelistas supieron contar sus historias con un talento que aún hoy nos deja sin réplica.
Bienvenida sea, esta reimpresión. Que siga el diálogo, y que sigan las preguntas que iluminan este debate en el cielo.