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Cuando el Espíritu sopla un nombre

May 9, 2025

Hay decisiones que parecen pequeñas. Un gesto, una palabra, un nombre. Pero a veces, detrás de lo pequeño, sopla algo más hondo. Como el viento del Espíritu, que no se deja domesticar ni anticipar.

Cualquiera pensaría que, al ser elegido Papa, un religioso miraría primero a su propia familia espiritual. Que un jesuita apostaría por San Ignacio o por San Francisco Javier. Que un agustino buscaría a San Agustín. Tiene sentido. Pero… Jorge Mario Bergoglio, jesuita, eligió llamarse Francisco.
Y ahora, Robert Prevost, agustino, ha elegido llamarse León. León XIV.

Y claro, empiezan las conjeturas. ¿Qué significa? ¿Tradición? ¿Homenaje estratégico? ¿Movimiento táctico? ¿Reivindicación social?

Muchos miran rápido hacia León XIII. El papa de “Rerum novarum”. El que se atrevió a hablar de justicia cuando el mundo parecía convencido de que los pobres debían resignarse. El que rompió silencios. El que puso el sufrimiento obrero sobre la mesa. El que dijo que el Evangelio también tiene que ver con pan, trabajo y techo. Elegir su nombre dice mucho de ese espíritu. Esa lectura desde luego está ahí. Y pesa. Pero… ¿y si hubiera algo más?

¿Y si este nuevo Papa ha querido decir también otra cosa al llamarse León? ¿Y si el gesto no solo apunta al poder de la palabra profética, sino a la fuerza de la presencia callada?

Porque hay otro León que aunque no fue papa. ni obispo, ni mártir, ni doctor de la Iglesia, sin embargo, dejó una huella. Una que conecta -de forma muy discreta- con el nombre que eligió en su momento Jorge Mario Bergoglio para representar un modo de pastorear al Pueblo de Dios.

Se trata de fray León. El amigo del alma de san Francisco de Asís. Imprescindible en su vida. El confidente. El testigo. El hermano que le sostuvo en lo peor, el que cantó llorando para endulzar la muerte de su amigo.

Dicen que aunque no muy elocuente, León era un hombre muy sereno. Templado. Y por eso respetado. Que prefería la reflexión a las prédicas. Que su sabiduría era callada. Que su fidelidad era sin dobleces. Que le llamaban “la ovejita de Dios”. Y no por débil, sino por ser verdaderamente limpio de corazón.

Quien quiera asomarse a esa historia escondida, tiene una buena puerta en el libro Francisco de Asís. Una vida inquieta, de Massimo Fusarelli. Ahí aparece León: discreto, pero esencial. El que escucha cuando Francisco guarda silencio. El que entiende sin explicar. El que acompaña sin hacer ruido.

¿Y si ese León también está en el horizonte de este nuevo Papa?

Tal vez Robert Prevost no solo ha querido evocar la voz firme de León XIII, sino también la ternura firme de fray León, que nunca quiso ser Francisco, pero que siempre quiso hacer vida de la vida de quien fue su maestro, amigo y hermano. Tal vez, desde su experiencia de vida religiosa, de misión compartida, de Iglesia concreta, ha comprendido que hacen falta pastores que hablen claro. Pero también que sostengan. Que estén. Que escuchen en lo profundo y se dejen transformar por la Palabra.

O tal vez, en el nombre de León XIV, tan solo se cruce una hermosa complicidad secreta entre dos hermanos pobres deseosos de Cristo. Francisco y León. Una complicidad tejida en el Espíritu. Soplada, como decía san Agustín, “por quien da dulzura a lo que se ama”.

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Francisco de Asís

Massimo Fusarelli

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